El templo de Guadalupe luce sus riquezas desde el mismo atrio, un jardín geométrico con pinos, magueyes, rosas y otras flores de ornato según la temporada; justo en el centro de aquellas, se encuentra un alto crucifijo negro con una escultura de Jesucristo en perfecta cantera blanquecina.

El jardín hace el marco perfecto para disfrutar la estética equilibrada de las dos torres campanario que flanquean la limpia fachada de ladrillo gris. Las torres, de dos cuerpos cuadrados y un tercero ochavado con remate en cupulín-linternilla y cruz, hacen que el gran cuerpo del templo parezca muy alto y esbelto sin necesidad de elementos decorativos en la fachada como columnas o calles. Justo en el frente del templo, imperan una escultura en cantera rosa de la Virgen de Guadalupe y un colorido mosaico sobre la espadaña con el mismo ícono de la Madre del Tepeyac. Sobre la espadaña, es imposible no advertir el triángulo de base ancha sobre el cual se pulió un par de triángulos internos con dieciséis rayos simétricos que, según la iconografía podría simbolizar la Santísima Trinidad pero cuyos elementos han sido utilizados abiertamente por los grupos masónicos desde hace siglos.

El interior del templo goza de una estética de pureza neoclásica con columnas cuadrangulares estriadas y muros revestidos en relieves dorados con detalles florales, textiles y de ángeles cupidos, todo en disposición lineal y de ángulos rectos. Lo que destaca, sin embargo, es la bellísima bóveda de cañón decorada con campos de azul celeste y múltiples relieves dorados en forma de estrella que simulan el manto de la Virgen patrona del santuario.