A propósito de la marcha de ayer, uno se pregunta, ¿qué nos está pasando? Las respuestas serán muy variopintas, según el color del cristal con que se mire. Unos dirán que nos está faltando autoridad, es decir, que los que deben ejercer y mantener el orden brillan por su ausencia argumentando que hay que dejar que la gente se exprese y manifieste su sentir ante los acontecimientos que nos toca vivir en este mundo globalizado. También se podría escuchar que en un país democrático como el nuestro no se puede reprimir a nadie, aun cuando vandalicen todo tipo de monumentos u objetos que encuentren en el camino de sus marchas.

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Por otro lado, tenemos las posturas más radicales o conservadoras. Estos exigen mano dura por parte de la autoridad. Les cuesta entender que el mundo está cambiando y parece que añoran tiempos que difícilmente volverán, cuando ordenaba y mandaba una sola cabeza y todos los demás obedecían. No. Ya no estamos en esos tiempos. Sin embargo, estos grupos tienen cierta razón. ¿Por qué?

Los ciudadanos de a pie, como somos la mayoría de los mortales, queremos orden y concierto. Es cierto que cuando un país como el nuestro después de haber vivido, como diría Mario Vargas Llosa, una “dictadura perfecta” tiende irse al extremo opuesto, es decir, a un cierto libertinaje. En otras palabras, de la “represión” a la “liberación”.

Podríamos decir que ninguna de las dos responde a lo que una sociedad desarrollada busca y necesita. Represión significa estar coartados y faltos de libertad. Un país reprimido es un país sin “espíritu” donde nunca se podría expresar lo que se piensa y lo que se siente, principalmente de sus políticos y gobierno. Pero un país “anárquico” sería la ruina de todos los ciudadanos.

Por eso necesitamos buscar el fiel de la balanza. Ni represión ni libertinaje. Porque cuando hablamos de libertad, palabra que nos gusta mencionar demasiado, casi siempre estamos pensando en nuestros beneficios. El hijo le puede decir a su padre que quiere ser libre y que no le esté coartando, pero el hijo no piensa en la libertad de su padre.

Con frecuencia olvidamos que libertad es sinónimo de responsabilidad. La libertad no puede existir si no conlleva responsabilidad. Lo que pasa es que la libertad nos da “miedo” porque nos hace responsables. El pueblo de Israel cuando salió de Egipto, donde vivía en la esclavitud del Faraón, aunque quería ser libre, al alcanzarla sintió miedo y añoraba las “ollas de carne en Egipto” y emprendió el camino del libertinaje al hacer su becerro de oro porque sentía que se había quedado solo en el desierto y se morirían de hambre ante la ausencia de Moisés que había subido al monte Sinaí para recibir los Mandamientos de la Ley.

He puesto este ejemplo porque me parece muy significativo de lo que hoy estamos viviendo en México y en otras partes del mundo.

A los líderes que tenemos les falta mucho para ser verdaderos líderes. Sí hay muchos caudillos en el mundo, pero los “caudillismos” no resuelven la parte más esencial del ser humano. Los caudillos buscan “servilismo” y aplauso por doquier. No importa lo que hagan, si es bueno, aplauden, si es malo también.

Un líder, como bien sabemos, es humilde, sincero, habla con la verdad, no oculta nada y siempre busca lo mejor. No se irrita con las críticas, sabe escuchar y dialoga con todos, aunque no esté de acuerdo con ellos; incluso es capaz de entablar conversación con sus adversarios. ¿Qué se puede decir de un líder que lleva a sus subordinados a buscar la libertad?

Hoy en el mundo en general, en las instituciones, tanto políticas como religiosas, nos faltan líderes comprometidos con la grey que gobiernan. Tal vez podemos hablar de un liderazgo en un hombre que ha sabido entender las circunstancias de su tiempo. Nos referimos al Papa Francisco y no queremos hablar aquí de él porque no es el caso.

Sin embargo, es un ejemplo para nuestros líderes políticos y sociales. Ha sabido enfrentar muchos riesgos dentro de la misma institución eclesial, no se ha callado cuando ha tenido que hablar, como lo hizo en Japón condenando el armamentismo frenético de las grandes potencias nucleares. Pero también ha sabido callar y no responder a aquellos que les gustaría haberlo visto caído y solo.

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Todo esto viene al caso de lo que estamos viviendo en México en estos tiempos de “cambios” que más bien parecen “revanchas” de chiquillos de primaria, que hoy se enfadan y mañana están contentos.

Necesitamos rumbo. Saber dónde nos quieren llevar y con qué herramientas contamos para llegar a buen puerto. Los “vientos” mundiales no ayudan mucho a nuestros veleros. Sin embargo, tenemos la potencia para salir adelante. La autoridad, ejerciendo su autoridad; la ciudadanía exigiendo y transparentando las acciones de los que hemos elegido como representantes.

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La violencia, el narcotráfico, la corrupción y un sinfín de males, sabemos que no se acaban de un día para otro, es cierto. Pero también sabemos que todo comienza en un núcleo muy pequeño que se llama familia. Aprendemos a ser corruptos cuando en casa chantajeamos, como hijos a los papás y como padres a los hijos dándoles premios por algo que no se merecen y que es su obligación: “si pasas el examen, te llevamos a Hollywood”. En fin, el rosario de acciones no terminaría nunca. Por eso, comencemos en familia a ser honestos, bondadosos, generosos, responsables, etcétera.

Los vandalismos de hoy son el resultado de las acciones de ayer porque esos “radicales”, llamémosle de izquierda o de derechas, en sus familias no supieron darle y enseñarle lo más sagrado que tenemos los seres humanos: la libertad.