El Perdón

Es una frase que la escuchamos con mucha frecuencia en labios de los que han sido ofendidos y por nada ofrecerían el perdón a sus victimarios. Alguien que hable del perdón se le acusa de olvidar el sufrimiento de las víctimas, sea del índole que sea, de no entender la humillación de quien ha sido traicionado o bien por su cónyuge, amigo, socio…, de no tener los pies en el suelo y otras muchas cosas semejantes. Quiero hacer una breve reflexión sobre el tema a raíz de una entrevista que recientemente le hicieron al Sr. Jesús Romero Colín donde dice textualmente: “Yo no perdono a Carlos López Valdez”.

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¿Quiénes son estos sujetos a los que hago referencia? Carlos López Valdez, era sacerdote de la arquidiócesis de México hasta el año de 2011. Fue reducido al estado laical por abuso de menores y  condenado a 40 años de presión por tales delitos. Murió recientemente a consecuencia del covid-19.  Por otra parte, Jesús Romero Colín, la víctima, es un joven de profesión psicólogo y denunciante por las agresiones recibidas del que fuera en su tiempo sacerdote en esta ciudad de México. Durante años se han llevado a cabo diferentes audiencias en los juzgados sin llegar a un acuerdo por parte de la víctima, fuera de la condena al agresor. Pero no es mi caso analizar aquí todos los avatares del juicio, sino referirme a perdón como fórmula para salir  de un estado de resentimiento y dolor innecesarios.

Puedo entender y no me resulta difícil comprender la resistencia al perdón. No puedo dejar de intuir la rabia, impotencia y dolor de quien ha sido víctima de violencia, en este caso de abuso sexual a un menor que por diferentes circunstancias cayó en manos de un pederasta sin piedad. Pero, precisamente, el resentimiento y la agresividad que se advierte en esa frase: “Yo no perdono…”, me hacen ver con mayor claridad qué sería de un mundo en que de tajo se suprimiera el perdón.

Los expertos en psicología dicen que hay un mecanismo de defensa bien conocido en el que la víctima de una agresión tiende a su vez a imitar de alguna manera a su agresor. Podremos estar de acuerdo o no estar, con los psicólogos, pero los estudios así lo señalan. Cuando la víctima no quiere o no puede perdonar, queda en ella una “herida mal curada” que le hace daño, pues la encadena negativamente al pasado. De la misma manera, el resentimiento instalado en una sociedad hace más difícil la lucidez para buscar caminos de convivencia, y puede bloquear todo esfuerzo por encontrar solución a los conflictos.

El deseo de revancha es, sin duda, la respuesta más instintiva ante la ofensa. La persona necesita defenderse de la herida recibida. El sufrimiento no posee un poder mágico para curar de la humillación o la agresión recibidas. Puede producir una breve satisfacción, pero la persona necesita algo más para volver a vivir de forma sana. Como bien dijo Henri Lacordaire: “¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona”.

A veces se olvida que el proceso del perdón a quien más bien hace es al ofendido, pues lo libera del mal, hace crecer su dignidad y nobleza, le da fuerzas para recrear su vida, le permite iniciar nuevos proyectos.

Sin embargo, es necesario decir que perdonar no significa ignorar la injusticias cometidas, ni aceptarlas de manera pasiva o indiferente. Al contrario, si uno perdona es precisamente para destruir, de alguna manera, la espiral del mal, y para ayudar al otro a rehabilitarse y actuar de manera diferente en el futuro. Muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el contrario, el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha hecho mal.

Perdonar no quiere decir necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros sentimientos puede ser dañoso si la persona acumula en su interior una ira que más tarde se desviará hacia otras personas inocentes o hacia ella misma.

No conozco mucho a Jesús Romero Colín, aunque he hablado con él en un par de ocasiones. Ojalá que no esté en el camino de seguir alimentando el resentimiento y venganza que no dañan otro sino a él mismo. Carlos López Valdez ya murió y habrá tenido que dar cuenta de su vida al Creador. Pero no debemos olvidar que la fe en un Dios perdonador es entonces para el que cree un estímulo y una fuerza inestimables. A quien vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.