By Stéphane M. Grueso - El Perroflauta Digital (all content under CC by-sa 3.0), CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=16153296
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Hay que hacer una clara distinción entre una concepción laica del Estado y otra laicista. Laicidad y laicismo no son lo mismo. La laicidad afirma la neutralidad del Estado respecto del hecho religioso. El laicismo, en cambio, toma claramente partido contra todo lo que es religioso, contra todas las religiones, especialmente la cristiana.

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En nuestro país hay personas y grupos que son claramente favorables al laicismo. Los laicistas proponen dos clases de críticas a la religión:

1. Unos opinan que la religión por su propia esencia es irracional. Según ellos, la religión va contra la razón, es oscurantista y origen de todos los fanatismos. Sería un subproducto que hay que procurar que desaparezca o, como mucho, ha de estar estrechamente controlado, porque perjudica a la persona y a la sociedad. Muchos que piensan así dicen que el mundo ha avanzado gracias al conocimiento, pero nunca gracias a la religión. Algunos pensadores europeos y también de América Latina van en esta línea, incluidos ciertos analistas mexicanos.

2. Otros afirman que toda religión impide libertad real. Dicen que es un obstáculo al auténtico progreso, hace imposible el pluralismo y es contraria a la democracia. El Estado sólo es libre sin religiones, la modernidad sólo puede existir contra el hecho religioso.

laicidad o laicismo
laicidad o laicismo

Sobre estas bases, el laicismo quiere expulsar lo que es religioso de todo espacio social (no sólo del espacio público, común), tiende a restringir el derecho a la libertad religiosa y de expresión y poco a poco implanta una sutil intolerancia religiosa.

Niega, por ejemplo, el derecho de las religiones a opinar públicamente sobre temas morales: tiende a afirmar que las denuncias que la Iglesia expresa sobre algunos temas son una imposición de criterios religiosos o mantiene que no se puede opinar de manera diferente de lo que ha sido aprobado en el lugar de la soberanía nacional, que son los Parlamentos.

Ante estas opiniones, hay que proclamar bien alto la libertad de pensamiento y de expresión, y por tanto de crítica, por parte de toda persona y de todo grupo. Con independencia de los propios criterios o creencias se ha de reconocer este derecho.

Por otro lado, cualquiera tiene el derecho de afirmar que, a su parecer, ciertos valores, ciertas leyes, ciertas actuaciones son beneficiosas o nocivas para la sociedad, la convivencia o la persona humana y que, en consecuencia, pide al Estado medidas adecuadas.

Como principio general, no se puede decir que los criterios sociales o morales cristianos sólo tienen validez para los creyentes. ¿Quién se atreve a negar que hay valores del mensaje de Jesús que pueden ser una buena noticia para todos? ¿No deberíamos buscar todos, creyentes o no creyentes, lo que es mejor, venga de donde venga el mensaje o razonamiento? En temas importantes y que hoy provocan un gran debate público (como son el aborto, la eutanasia, la investigación de células madre, etc.) se debería poder ir más allá de la simple polémica o descalificación e ir más al fondo de estos temas.

Entran en juego diferentes antropologías que llevan criterios, valores y leyes diferentes. ¿No avanzaríamos más si somos capaces de poner en común, en profundidad y con sinceridad aquello que cada uno puede aportar sin descalificarnos de entrada?

La dimensión religiosa no es una simple afición, una manía o una locura. La dimensión trascendente es una realidad en toda la historia humana, presente en todas las culturas.

Diversos pensadores de talla internacional opinan de la importancia del papel público de la religión. “Es inconcebible una vida pública sin religión”, así lo dice una Comisión Europea creada para el caso. El cristianismo ha colaborado incontestablemente a crear las categorías de persona, libertad, comunidad, amor, prójimo, perdón, vida eterna. ¿Por qué no puede continuar contribuyendo a edificar una sociedad mejor?

En este debate sobre la libertad religiosa que se está llevando a cabo en nuestro país es lamentable que imperen estos criterios de laicismo; lo peor del caso, los que así se consideran, no están dispuestos a dialogar abiertamente sobre el tema.

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Cuando se ha dado un remedo de diálogo, apelan a la historia, argumentado que la religión trajo muchos muertos y conflictos innecesarios entre los mexicanos. Yo me pregunto, ¿no ha cambiado el mundo? ¿No ha cambiado México? ¿Será que su única bandera es atacar a la religión? Un país avanza y progresa en el diálogo y la paz, sin descalificaciones, ni imposiciones.

El laicismo no es propio de una sociedad equilibrada y democrática; por ello, lo que conviene a nuestro país es un Estado laico que garantice los derechos humanos fundamentales, y entre ellos, la libertad religiosa.