Esta mañana, a las 11:30, en directo desde el Aula “Juan Pablo II” de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, se ha presentado el Mensaje del Santo Padre Francisco para la 107ª Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebrará el domingo 26 de septiembre de 2021 y cuyo tema es: “Hacia un nosotros cada vez más grande”. Durante la conferencia de prensa se proyectará el primer vídeo inédito del Santo Padre para la campaña de preparación de la Jornada.

Han intervenido Su Eminencia el cardenal Michael Czerny, S.I., subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integra, el Rev. Padre Fabio Baggio,  Subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, la Rev. Sor Alessandra Smerilli, F.M.A. subsecretaria del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, S.E. Mons. Paul McAleenan, obispo Auxiliar de Westminster ( conexión remota) y la Sra. Sarah Teather, Directora del Jesuit Refugee Service UK, ( conexión remota).

Siguen las intervenciones:

S.E. el cardenal Michael Czerny S.J.

En Fratelli tutti, el Santo Padre expresaba claramente su preocupación por el futuro tras la crisis sanitaria. ¿Y si el individualismo egoísta y el aislacionismo se afianzasen aún más, dejando a los vulnerables y terriblemente marginados todavía más atrás?

Como él dice, podemos salir de la pandemia mejores o peores. Podemos aprender a ser mejores hermanos y hermanas, o podemos hundirnos más en la preocupación obsesiva sólo por nosotros mismos, “lo nuestro”.

Este ensimismamiento es lo que diferenció a los dos primeros caminantes del Buen Samaritano. Cada uno tenía “buenas excusas” para apartar la vista de la víctima medio muerta.

El samaritano atravesó la típica brecha de nosotros contra ellos. Nada que ganar, tal vez que perder, pero por compasión hacia otro que era víctima de un asalto, como en la historia, o de la aterradora pandemia actual.

El Papa también utiliza la expresión “todos estamos en la misma barca” con respecto a la emergencia del covid-19. Todos sufrimos de manera diferente. ¿Qué ocurre cuando todos los supervivientes de un bote salvavidas deben contribuir a remar hasta la orilla? ¿Qué pasa si algunos se llevan más de su parte de las raciones, dejando a otros demasiado débiles para remar? El riesgo es que todos perezcan, tanto los bien alimentados como los hambrientos. Ensanchar la actitud del buen samaritano – superando el egoísmo y cuidando de todos – es esencial para la supervivencia.

En Fratelli tutti el Santo Padre presenta una tercera perspectiva sobre un futuro en el que ya no habrá “otros”, sino sólo “nosotros”. Reconstruyamos la familia humana en toda su belleza reconociendo al otro como riqueza, como cargado de esos talentos que hacen a los demás singularmente diferentes de mí: “la llegada de personas diferentes, que proceden de un contexto vital y cultural distinto, se convierte en un don”. Sólo la aceptación de este “don” hace posible la construcción de “un nosotros cada vez más grande” que, en última instancia, alcanza a toda la humanidad.

La historia del Buen Samaritano es central en Fratelli tutti y guía a la Iglesia y a toda la humanidad “hacia un nosotros cada vez más grande” en nuestra única casa común.

P. Fabio Baggio C. S.

El 26 de septiembre se celebrará el 107º Día Mundial del Migrante y del Refugiado. También este año el Santo Padre ha querido publicar su tradicional mensaje dedicado a esta ocasión, con mucha antelación para que haya tiempo suficiente para preparar el evento.

El título elegido para el Mensaje de este año es “Hacia un nosotros cada vez más grande”. Como explica el propio Papa Francisco, es una llamada para que “al final ya no haya “otros”, sino sólo un “nosotros”” (Fratelli tutti, 35). Y este “nosotros” universal debe hacerse realidad, en primer lugar, dentro de la Iglesia, que está llamada a hacer comunión en la diversidad.

El Mensaje consta de seis puntos principales, todos ellos relacionados con el nosotros que estamos llamados a construir. El primer punto se refiere a la dimensión del nosotros, que debe aspirar a ser tan grande como la humanidad, en plena correspondencia con el plan creador y salvífico de Dios. El segundo punto es una aplicación del nosotros a la Iglesia, llamada a ser un hogar y una familia para cada bautizado. El tercer punto es una referencia a la “Iglesia en salida”, tan querida por el Santo Padre, llamada a salir al encuentro “para curar a quien está herido y buscar a quien está perdido, […], dispuesta a ensanchar el espacio de su tienda para acoger a todos”. El cuarto punto se refiere al futuro de nuestras sociedades, que sólo se verá coloreado por la armonía y la paz si aprendemos a vivir juntos. El quinto punto retoma otro tema muy querido por el Papa Francisco: la Casa Común, para cuyo cuidado es necesario asegurar un nosotros que asuma seriamente sus responsabilidades. El último punto es una invitación a soñar juntos, como una sola humanidad, como compañeros de viaje que se han dado cuenta de que tener un destino común da mucho más sentido al viaje.

Con el fin de promover una adecuada preparación para la celebración de este día, la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha preparado una campaña de comunicación a través de la cual se elaborarán los seis puntos propuestos por el Mensaje. En los próximos meses se presentarán subsidios multimedia, material informativo y reflexiones de teólogos y expertos que ayudarán a profundizar en el Mensaje del Santo Padre.

Sor Alessandra Smerilli

“¡El tiempo presente nos muestra que el nosotros querido por Dios está roto y fragmentado, herido y desfigurado!

No es difícil ver en el ámbito económico este nosotros desfigurado y la pandemia lo ha hecho más evidente: las finanzas, que tienen como vocación original la inclusión, poner en contacto a los que tienen capital con los que quieren desarrollar proyectos y carecen de medios, se han convertido en la mayoría de los casos en pura especulación. Pensemos en las operaciones especulativas sobre los productos alimenticios, que corren el riesgo de dejar a países enteros sin acceso a los alimentos a causa del aumento de los precios. Y los más pobres se ven obligados a emigrar. Pensemos en las crecientes desigualdades, económicas, tecnológicas y de acceso a la sanidad. Mientras la lógica imperante siga siendo: “qué es lo mejor para mí” y no “cuál es mi parte en una acción que será lo mejor para todos nosotros y para nuestra casa común”, no será posible sanar una economía enferma.

Sin embargo, hay signos de esperanza. Muchos buscan “lograr un desarrollo más sostenible, equilibrado e inclusivo”.

La Comisión Covid, deseada por el Papa Francisco, por ejemplo, está trabajando en esta dirección: “Preparad el futuro” nos pidió el Papa Francisco. Comida, trabajo y salud para todos son nuestras prioridades. Y por todos queremos decir todos. ¿Cómo  hacerlo? Escuchando, dando voz a los que no tienen voz, reuniendo a los que tienen ideas innovadoras y a los que toman decisiones, estando ahí, con la inspiración y el realismo que sólo el Evangelio puede dar.

Otro gran signo de esperanza está vinculado al proceso de la Economía de Francisco: gracias a un llamamiento del Papa Francisco para cambiar la economía actual y dar un alma a la economía del futuro, más de 2000 jóvenes economistas de 120 países de todo el mundo se están formando y trabajan juntos en proyectos de transformación de la economía. Se encuentran online, trabajan en sus propios territorios. Quieren devolver al centro de la economía aquella escena de la vida de san Francisco, es decir, el abrazo con el leproso, que los ricos de Asís no quisieron pagar, cuando se encargaron los frescos de la basílica: no querían que la gente supiera que en Asís había leprosos.  Los descartados que salen de la historia. Los jóvenes de la Economía de Francisco quieren que los pobres, los descartados, los excluidos, los migrantes y los refugiados se coloquen en el centro de la economía: juntos se puede volver a empezar para un nosotros que tenga el sabor del Evangelio.

Si los mayores sueñan, los jóvenes pueden tener visiones: juntos, por un nosotros cada vez más grande.

S.E. Mons. Paul McAleenan

Damos las gracias al Santo Padre por su inspiración y liderazgo, y por el Mensaje de hoy que anima a la Iglesia en el Reino Unido a comprometerse con los migrantes y los refugiados.

Para avanzar “Hacia un nosotros cada vez más grande”, nuestro principio rector debería ser el título del capítulo 4 de Fratelli Tutti, “Un corazón abierto al mundo”. Este corazón sabe que los migrantes y los refugiados no vienen a usurpar nuestro modo de vida; al contrario se alegra de cómo pueden enriquecer nuestra sociedad.

El Papa Francisco nos llama la atención sobre la interconexión de la humanidad: mis decisiones y acciones aquí afectan a otros que están lejos. Tres áreas en particular afectan directamente a la familia humana hoy en día. La decisión del Reino Unido de reducir su presupuesto de ayuda agrava el sufrimiento de los más pobres del mundo. Las naciones que se dedican al comercio de armas provocan una miseria infinita a los que se encuentran en lugares de conflicto. Nuestra contribución a la emergencia climática se traduce en sequías, desastres y desplazamientos a miles de kilómetros de distancia. Entender las razones de la migración debe incluir el reconocimiento de que no estamos libres de culpa.

Cuando la casa de alguien se incendia estamos obligados a darle cobijo, protección y ayuda para volver a empezar. Para conseguirlo, la Iglesia del Reino Unido está comprometida en diferentes frentes; se opone a las políticas que pretenden dividir a los migrantes y refugiados en grupos, unos preferidos y otros rechazados; las agencias y organizaciones caritativas de la costa sur de Inglaterra y del norte de Francia proporcionan ayuda material y moral a los que están en mayor peligro; las liturgias celebran la contribución de los migrantes a la Iglesia y a la sociedad; la tecnología se usa para llegar a los indocumentados y abrazarlos durante la actual pandemia.

El objetivo de la Iglesia es acoger, proteger y promover a todos, sabiendo que lo que está en juego es la vida y el bienestar humano, no la seguridad nacional.

Los gobiernos nacionales pueden sentirse obligados a proteger las fronteras, para garantizar que las riquezas y los recursos de un país se reserven sólo para sus ciudadanos. Las lecturas de los Hechos de los Apóstoles en el tiempo de Pascua insisten en que el acto salvador de Cristo fue para todas las personas, independientemente de su origen, nación o lengua. La Iglesia, guiada por el Espíritu, proclama esa verdad ayudando a los perjudicados y afligidos y promoviendo la misma dignidad de los migrantes y refugiados. Con el Santo Padre alentamos un ensanchamiento de las mentes y los corazones. Dentro del círculo de nuestra sociedad, se debe dejar sitio a todos, incluidos los migrantes y refugiados que buscan un hogar entre nosotros.

Sra. Sarah Teather

Crear “un nosotros cada vez más grande” requiere un camino común de todas las personas. El Santo Padre habla con firmeza de lo mucho que nos hemos alejado del camino que recorremos juntos: “el nosotros querido por Dios”, dice, “está roto y fragmentado, herido y desfigurado”.

Veo esta ruptura en las experiencias de los refugiados que acompañamos y servimos en el Servicio Jesuita a Refugiados del Reino Unido. Frente a quienes huyen de sus hogares y buscan refugio, el sistema de asilo construye muros de sospecha para impedir que reciban la protección que necesitan. Los detiene y obliga a la indigencia. La indigencia hace que muchos sean vulnerables a los abusos y la explotación, y hablan de la sensación de haberse perdido a sí mismos tras años de lucha en los márgenes.

La política agresiva y cerrada que los hiere está a su vez herida. Una comunidad rota -una comunidad que arroja deliberadamente a los migrantes vulnerables a la periferia- conduce a vidas rotas.

A pesar de ello, también hay esperanza. La vemos cuando los refugiados luchan por su protagonismo y lo reclaman, forjando una comunidad incluso cuando el sistema de asilo interfiere en la formación de vínculos humanos. Somos testigos de que muchos solicitantes de asilo indigentes se ofrecen como voluntarios para ayudar a otros, por ejemplo. Al no poder participar en la sociedad mediante un trabajo remunerado, crean nuevas vías para aportar sus dones y utilizar el tiempo de forma significativa. Una mujer retenida se unió a un grupo que rezaba por las personas que iban a ser expulsadas.

“Rezábamos por todos, incluso por los funcionarios”, explicó. Actuando en solidaridad con los demás y aportando el bien donde no se ha recibido, estos refugiados ayudan a construir un futuro común, un nosotros más grande que no rechaza al otro sino que lucha junto a él en un viaje común hacia la justicia.

También surge la esperanza de las comunidades cristianas vivificadas e inspiradas por la acogida confiada de personas de otras confesiones y culturas.  En nuestro proyecto de acogida, las congregaciones religiosas y las familias reciben a los solicitantes de asilo indigentes como huéspedes en sus propios hogares.

Los anfitriones y los invitados hablan conmovidos de esto como una experiencia de encuentro significativo y amistades sorprendentes, en la que ambos se benefician del tesoro de la vida compartida. Juntos, crean una contracultura frente a las políticas públicas hostiles que dejan a las personas sin hogar y marginadas.

De maneras pequeñas y concretas, todos podemos participar en este proyecto compartido para recomponer una familia humana común. Porque hay tesoros que encontrar cuando nos esforzamos juntos por derribar los muros que nos dividen. El sueño de una única familia humana es un sueño que vale la pena realizar.