Este viernes, el Papa Francisco iniciará una visita de tres días a Rumania, 20 años después de la visita de Juan Pablo II. El viaje tiene como objetivo encontrarse con los fieles católicos y con los cristianos ortodoxos, así como dar una especial visibilidad a las minorías húngara y rom (gitana).

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Para sus desplazamientos principales, el Pontífice irá en un papamóvil.

Francisco tendrá el viernes 31 de mayo un encuentro con el sínodo permanente de la Iglesia Ortodoxa Rumana en el Palacio del Patriarcado; ahí rezará el Padre Nuestro en la nueva Catedral Ortodoxa de Bucarest y la Santa Misa celebrada en la Catedral Católica de San José.

El sábado 1 de junio habrá una Misa en el Santuario Mariano de Sumuleu-Ciuc y el encuentro con la juventud y las familias en la plaza del Palacio de la Cultura de Iasi.

El domingo 2 de junio, último día de la gira, hará un encuentro con la comunidad gitana de Blaj y la Divina Liturgia con la beatificación de los siete Obispos greco-católicos mártires, que tendrá lugar en el Campo de la Libertad de Blaj y que será el acto principal del viaje apostólico.

Habrá una homilía y el rezo del Regina Coeli, que sustituye la oración mariana del Ángelus en el Tiempo Pascual.

Por la tarde se trasladará al estadio municipal para tomar el helicóptero que lo llevará de regreso de Sibiu, en donde tendrá lugar la ceremonia de despedida. De inmediato un avión lo llevará de regreso a Roma y, como es costumbre, dará una conferencia de prensa con los periodistas que lo acompañan.

Francisco realizará un total de ocho intervenciones: tres discursos, tres homilías y dos saludos.

Hay una gran expectativa en Rumania por la visita del Papa jesuita. En mayo de 1999, Juan Pablo II fue a ese país en un viaje considerado histórico, porque abrió las puertas para visitar otras naciones de mayoría ortodoxa.

Rumania fue el primer país de mayoría ortodoxa que ha sido visitado por un Papa. A principios del siglo XX la Iglesia grecocatólica era numerosa y su aporte fue determinante para la rumanización de la parte de Transilvania, pero fue suprimida por orden del Estado comunista y todas las Iglesias se entregaron a la Iglesia ortodoxa y todos los sacerdotes que no aceptaron ser ortodoxos fueron puestos en prisión, entre ellos los 7 obispos grecocatólicos, la mayor parte de ellos murieron en la cárcel testimoniando la fe porque querían estar unidos con el Papa, con Roma y no querían renunciar a la fe.