La misión del obispo no es mandar, sino generar espacios para que cada quien descubra su vocación, dijo el arzobispo Carlos Aguiar Retes a la escritora Marilú Esponda en una conversación reproducida en el libro de la autora, y en la cual se abordan temas como la participación de la Iglesia en el proceso electoral, la corrupción y el papel de las mujeres en ésta.

Don Carlos, ¿qué significa ser obispo? ¿Qué responsabilidad tiene sobre sus hombros?

Ser obispo es ser cabeza, lo que significa cumplir las funciones propias de ella: es la que piensa, la que ve, la que escucha, la que habla. Es ser guía de una Iglesia puesta en comunión y, por tanto, se debe estar en relación con las otras iglesias particulares, y en comunión con Pedro. Si algo tiene que definir a la Iglesia de Cristo es la comunión. No hay otra expresión, la Iglesia es un misterio de comunión, y ser obispo es propiciar y cuidar la comunión de todos.

La misión del obispo es generar los espacios para que la gente descubra su propia vocación y buscar las formas en que puedan realizarse ambientes de comunión para llevar a buen fin esas vocaciones que existen en una comunidad eclesial.

La vocación de obispo es descubrir lo que Dios hace en los demás, coordinar, evitar que alguien vaya solo, crear equipos, comunidades integradas abiertas a los demás. El principal reto es que quienes colaboran contigo, como son los sacerdotes, asuman también esta actitud. Con eso, vivimos lo que pide el papa Francisco: pasar de una Iglesia autoritaria a una sinodal, una Iglesia servidora de la comunidad.

Sinodal significa capacidad de escucha, de poner en común, de discernir juntos, capacidad de tomar decisiones y de asumirlas para llevarlas a la práctica.

Ante algunos escándalos dentro de la Iglesia, hay personas que se alejan… quizá abundan las malas experiencias en este sentido. ¿Qué hacer ante esta realidad?

Ésa fue una de las crisis que tuve en el seminario, veía tan distante la vida real de la Iglesia, de lo que quiere ser como institución, y me planteaba esto: ¿por qué tengo que cargar con ese lastre? Yo no soy un pederasta, no soy una persona que esté jugando al libertinaje sexual, pero sí sé que hay quienes lo hacen, y como consecuencia me señalan a mí como corresponsable y culpable de eso.

En mi juventud no estaba dispuesto a aceptar eso, pero uno de mis tres directores espirituales jesuitas me dijo: “De manera que tú quieres las cosas perfectas, y sólo si está todo bien vas a entrar… o sea, estás condicionando a Dios, en el sentido de que tú no estás dispuesto como él a asumir la Cruz”.

Vivimos en una sociedad donde la corrupción es una práctica común y la Iglesia no está exenta. ¿Qué nos puede decir sobre la corrupción que existe en la Iglesia?

Hay que distinguir claramente entre lo que es competencia interna de la vida de la Iglesia y lo que es la competencia civil. En lo que toca a la vida de la Iglesia, tenemos mucho que trabajar, porque la corrupción puede ser pequeñita, mediana o grande. No veo que haya una corrupción como en otros ámbitos, sobre todo políticos; en comparación, la que ocurre en la Iglesia es minoritaria, pero igualmente dañina.

Pienso hacer lo mismo que en la Arquidiócesis de Tlalnepantla: transparentar todas las administraciones económicas en las parroquias y en la diócesis, que haya claridad y rendición de cuentas a las instancias correspondientes de la Iglesia; las hay, pero habitualmente se descuidan. Donde no hay vigilancia ni rendición de cuentas crece la tentación de caer en actos de corrupción, aunque con una vigilancia efectiva no será así. A nivel civil, podemos colaborar ayudando a nuestros católicos a tomar conciencia en los ámbitos de su vida, para que también encuentren fórmulas de rendición de cuentas, a fin de erradicar la impunidad.

Otro de los puntos más debatidos en los últimos años ha sido el papel de la mujer en la Iglesia. ¿Cuál es su visión al respecto?

La dignidad no se mide por la sexualidad, es pareja. El ser humano es digno por ser humano. La sexualidad es para la complementariedad, como es para la generación de vida. Es un hermoso invento de Dios para acercar al hombre y hacerlo salir del egoísmo de pensar que él solo puede encontrar la felicidad; esto se expresa fecundamente en la familia. Tenemos que descubrir el aporte distintivo del uno y del otro, y de cómo la relación crece y se planifica.

Las características que se señalan de la mujer son una gran riqueza: su capacidad intuitiva, su manera más espontánea de manifestar cariño, afecto, ternura, cercanía; su capacidad de estar más al pendiente de distintas cosas a la vez. La mujer es un don y, ciertamente, venimos de una cultura machista, no hay que negarlo; donde debemos poner más atención es en que la mujer requiere ser valorada, es necesario cederle espacio y ver la manera de hacerlo.

Sobre el papel de la mujer en la Iglesia, lo he explicado con el ejemplo que pone el papa Francisco, en el sentido de que si consideramos la figura del sacerdote por encima de las demás personas, entonces sí se ve que la Iglesia deja a la mujer en un grado menor, pero si vemos que la tarea del que recibe el ministerio sacerdotal será lavarle los pies a los demás, es decir, ser auténticos servidores.

Muchas personas piensan que hay conflicto entre la Iglesia y la política, ¿cuál es la relación adecuada entre lo espiritual y lo temporal, entre la religión y la política, entre la Iglesia y el Estado? ¿Por qué la Iglesia habla sobre cuestiones sociales, políticas y económicas? ¿Cuál debe ser el papel de la Iglesia en un proceso electoral?

La Iglesia nos enseña que hay que respetar las leyes establecidas. Evidentemente no podemos partidizar, pero sí hablar de aspectos fundamentales como la participación ciudadana o el diálogo entre partidos o candidatos con la sociedad; podemos también presentar proyectos, conminarlos a clarificar cuáles son sus reales intenciones al pretender gobernar este país; además de ayudar a abrir espacios donde esto pueda generarse, como son los medios de comunicación, con el propósito de ayudar a la gente a razonar su voto.

Hay quienes creen que eso es ideologizar, manipular a la sociedad. La apertura al diálogo, a la escucha recíproca, es fundamental; es ahí donde se empiezan a entender creyentes y no creyentes, no solamente a conocerse, sino a entender la posición del otro. Sólo ahí se puede dar inicio al diálogo constructivo.

¿Qué le hace más ilusión en la vida?

Estoy feliz como soy, obispo. Estoy muy contento, me hacía mucha ilusión terminar en Tlalnepantla, porque siempre está ese gusanito de querer ver concluido lo que uno comienza. También eso te lo pide Dios a veces, pero ahora que estoy con la encomienda que el Papa me da de ir a México, estoy muy contento, porque nunca lo deseé, nunca lo imaginé y mucho menos lo pedí ni lo sugerí.