Cristo ante Herodes, Maestro de Sigena (1519), Museo de Zaragoza
Cristo ante Herodes, Maestro de Sigena (1519), Museo de Zaragoza

Cuando Jesús predicaba y curaba a los enfermos en las aldeas de Galilea reinaba en aquellos contornos el virrey Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande. De ellos se ha hablado mucho, tildándolos de crueles y malvados. Es verdad que ambos, sobre todo el padre, tuvo asuntos muy oscuros y repugnantes en su historia.

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Sin embargo, pocas veces pensamos que podemos aprender de un hombre, como fue Herodes Antipas. Según nos narran los Evangelios, este hombre se preguntaba y preguntaba. Pero cuando uno se pregunta y pregunta quiere decir que no sabe y que lo está reconociendo. Por si fuera poco, el que pregunta espera que otro le enseñe lo que él no conoce.

Todo ello es importante en este momento que nos toca vivir. Frecuentemente estamos viendo en los diferentes canales de televisión y en otras instancias, bien sean académicas o sociales, a políticos que opinan de todo, pero, ¿alguien ha visto a alguno de esos políticos que, ante las cámaras de televisión, den muestras de no saber y, sobre todo, digan que quieren aprender? También puede venir a nuestra mente otra pregunta: ¿por qué los hombres del poder son tan autosuficientes?

Una vez que se alcanza el poder se piensa que desde él se podrán remediar todos los males que aquejan al pueblo que gobiernan. Pero, por lo general, no suele suceder así. Instalados en las “mieles” que implica gobernar, pronto se olvidan que poder es igual a servicio. Servicio entendido en el sentido de entrega, donación, dar lo mejor de uno. Y a veces, más que servir, lo que hacen es que los sirvan. No en vano, dijo Jesús: “No he venido a ser servido, sino a servir”.

El comportamiento tan profundamente humano de Jesús, curando males y aliviando penas, suscita la curiosidad de todos, incluso de un hombre como Herodes. Es verdad que, poco después, este político andaba buscando a Jesús para matarlo. Alguien que hace el bien a los demás sin pedir nada a cambio siempre será una incógnita para los que ostentan el poder y poco o nada hacen por aliviar las penas de los más desgraciados de la sociedad. De ahí que se quiera eliminarlos, como hicieron con Jesús.

Aunque algunos han querido ver en Jesús a un político que quería cambiar las estructuras políticas de su tiempo, en realidad lo que hizo fue plantear su actividad y enseñanzas no como un enfrentamiento directo con el poder político.

Jesús no pretendió quitar un poder para poner otro, porque se dio cuenta de que eso no arreglaba las cosas. La solución tiene que venir de algo más profundo y más básico. A saber: el cambio radical de mentalidad que lleva consigo asumir convicciones nuevas, que rompen con los intereses individuales y con la deshumanización que todos llevamos en la sangre.

Curación del paralítico, Bartolomé Esteban Murillo (1670), National Gallery Londres
Curación del paralítico, Bartolomé Esteban Murillo (1670), National Gallery Londres

Sólo con personas profundamente humanas, libres y solidarias podemos empezar a pensar en que se puede aliviar el sufrimiento de los pobres y excluidos. Y devolver la dignidad a quienes carecen de ella, porque no gozan de los derechos que les corresponden.

Lo que cambia a un pueblo o a una sociedad no es fundamentalmente la política, sino la cultura, la educación, la ética y la honestidad responsable, que ve la “profesión” como la propia “vocación”. Pensamiento que no es nuevo y que ya nos lo hacía notar un gran pensador y sociólogo como lo fue Max Weber.

Hoy vivimos en nuestro México tiempos nuevos. Unos lo ven con esperanza, otros con desilusión. No debemos olvidar que un gobierno que llega poco podrá hacer si no toma en cuenta a los sujetos que gobierna.

Como acabamos de decir, “quitar un gobierno para poner otro” nada cambia. El cambio lo hacemos cada uno de nosotros cuando comenzamos a hacernos responsables de nuestro compromiso en casa, en la escuela, en el trabajo, en nuestra calle, colonia, municipio.

Ese es el verdadero poder, humanizarnos para quitar tanta inhumanidad que hay a nuestro alrededor. Eso nos lo enseñó Jesús. Seamos creyentes o no, lo importante es dignificarnos, respetarnos, ser incluyentes, generosos, solidarios… Desde ahí se podrá ejercer el verdadero poder transformador que todos llevamos en potencia para cambiar la realidad que tanto denigramos.