4T el cambio y las iglesias
4T el cambio y las iglesias

Ríos de tinta han corrido a lo largo de estos meses hablando desde “mil y un frentes” sobre la así llamada “4T”, los cambios que iba a ocasionar y su relación con las diferentes denominaciones religiosas que cohabitan en el territorio nacional.

No es mi intención analizar aquí las políticas públicas del gobierno que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador ni las consecuencias que esto pudiera traer para nuestra sociedad.

Los acontecimientos recientes en el país prendieron las “alarmas” en todos los ámbitos, sobre todo, en lo referente a la claudicación del Estado ante la delincuencia organizada.

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La mayoría culpa al gobierno y al mismo Presidente de haber cedido ante un cártel de la droga. Advierten que con ello cualquier otro grupo delictivo que vea amenazados sus intereses podrá “doblarle la mano” al mandatario, generando caos y desorden por doquier.

Sin embargo, creo que deberíamos ir más allá de estos acontecimientos dolorosos que acabamos de vivir la semana pasada y pensar más en profundidad sobre la crisis social que vivimos a escala mundial.

El mundo que nos toca vivir, globalizado y desarrollado al máximo, está metido de lleno en la crisis más profunda de los últimos siglos. Se ha hablado mucho de las crisis económicas recurrentes, de las recesiones regionales e internacionales. Pero también hay crisis políticas sin precedentes. Los partidos tradicionales y las mismas instituciones sociales, incluidas las Iglesias, no se escapan de esta realidad.

Además, existe una crisis ética, jurídica y de valores, que, en última instancia, es una crisis cultural cuya hondura no podemos valorar ni medir.

Nos podemos hacer muchas preguntas: ¿a dónde nos puede llevar todo esto? ¿De qué manera podrá terminar? No cabe duda que estamos pasando de la cultura de lo escrito a la cultura de lo informático y virtual.

Y si vamos aún más lejos, nos estamos desplazando de una cultura dominada por el “poder de la opresión” a una cultura en la que se impone el “poder de la seducción” (Byung Chul Han).

La gran mayoría de nuestro pueblo vive, practica o tiene un credo religioso. ¿No es el momento de afirmar nuestra fe, nuestra estabilidad y nuestro futuro en la realidad última y definitiva que nos trasciende y que es la única que nos puede dar la consistencia y confianza mutua que hemos perdido?

Inquieta ver con qué facilidad nos hemos acostumbrado a la muerte: la muerte de la naturaleza, destruida por la polución industria y la misma mano del hombre; la muerte en las carreteras, la muerte por la violencia, la muerte de los que no llegan a nacer, la muerte –en definitiva– de las almas.

Es insoportable observar con qué indiferencia escuchamos cifras aterradoras que nos hablan de la muerte de millones de hambrientos en el mundo y con qué pasividad contemplamos la violencia callada, pero eficaz y constante, de estructuras injustas que hunden a los débiles en la marginación.

Los dolores y sufrimientos ajenos nos preocupan poco. Cada uno parece interesarse sólo por sus problemas, su bienestar o su seguridad personal. La apatía se va apoderando de muchos. Corremos el riesgo de hacernos cada vez más incapaces de amar la vida y vibrar con el que no puede vivir feliz.

Y es aquí donde las religiones juegan un papel importantísimo. Con la llegada del gobierno actual parecía que había una firme intención de colaborar con las diferentes Iglesias asentadas en el país con el fin de incentivar los valores humanos que predicaba el presidente López Obrador.

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Sin embargo, esta buena intención de colaboración todavía no se ha implementado en todo su vigor. No nos ha de extrañar que una sociedad sin religión sea una sociedad abocada al caos y la desaparición. El relativismo a ultranza que vivimos hoy y la desacralización de la sociedad claramente nos indican el camino de la destrucción.

Con visión de futuro, si el Presidente quiere llevar a México a una verdadera transformación y generar un cambio cultural deberá contar con toda la sociedad, escuchando y preguntando para sacar lo mejor de cada uno y llevar al país a una situación de convivencia y, de este modo, lograr la paz y la concordia entre todos los mexicanos.

No es tarea fácil, pero tampoco es imposible.

Nuestra sociedad necesita hombres y mujeres que enseñen el arte de abrir los ojos, maravillarse ante la vida e interrogarse con sencillez por el sentido último de la existencia. Maestros que, con su testimonio personal, siembren inquietud, contagien vida y ayuden a plantearse horadamente los interrogantes más hondos del ser humano.

Los creyentes no hemos de olvidar que el amor cristiano es siempre interés por la vida y búsqueda apasionada de la felicidad para los demás.