Carta de Benedicto XVI sobre el Concilio Vaticano II

En una carta dada a conocer este jueves 20 de octubre en el marco de un Congreso internacional el Papa Emérito Benedicto XVI asegura que el Concilio Vaticano II no fue solo “significativo sino necesario”.

La breve carta originalmente en inglés está dirigida al P. Dave Pivonka, sacerdote de la Tercera Orden Franciscana Regular y presidente de la Universidad Franciscana de Steubenville, en Ohio, EU, en ocasión del X Congreso Internacional promovido por la Fundación Ratzinger sobre el tema “La Eclesiología de Joseph Ratzinger”.

El presidente de la fundación es Federico Lombardi SJ, leyó la carta ante la asamblea:

Es un gran honor y una alegría para mí que en los Estados Unidos de América, en la Universidad Franciscana de Steubenville, un Simposio Internacional trate de mi eclesiología, colocando así mi pensamiento y mi esfuerzo en la gran corriente en la que se ha movido. Cuando comencé a estudiar teología en enero de 1946, nadie pensaba en un Concilio Ecuménico. Cuando el Papa Juan XXIII lo anunció, para sorpresa de todos, había muchas dudas sobre si tendría sentido, es más, si sería posible en absoluto, organizar las ideas y las cuestiones en el conjunto de una declaración conciliar y dar así a la Iglesia una dirección para su camino posterior. En realidad, un nuevo concilio resultó ser no sólo significativo, sino necesario.

Por primera vez, la cuestión de una teología de las religiones se ha mostrado en su radicalidad. Lo mismo ocurre con la relación entre la fe y el mundo de la mera razón. Ambos temas no se habían previsto antes de esta manera. Esto explica que el Vaticano II amenazara al principio con desestabilizar y sacudir a la Iglesia más que con darle una nueva claridad para su misión. Entretanto, la necesidad de reformular la cuestión de la naturaleza y la misión de la Iglesia se ha ido haciendo patente. De este modo, la fuerza positiva del Concilio también está emergiendo lentamente. Mi propio trabajo eclesiológico estuvo marcado por la nueva situación que se planteó para la Iglesia en Alemania tras el final de la Primera Guerra Mundial.

Si hasta entonces la eclesiología había sido tratada esencialmente en términos institucionales, ahora se percibía con alegría la dimensión espiritual más amplia del concepto de Iglesia. Romano Guardini describió esta evolución con las siguientes palabras «Se ha iniciado un proceso de inmensa importancia. La Iglesia está despertando en las almas». Así, el «Cuerpo de Cristo» se convirtió en el concepto sustentador de la Iglesia, que consecuentemente, en 1943, encontró su expresión en la encíclica «Mystici Corporis». Pero con su oficialización, el concepto de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo pasó al mismo tiempo por su punto álgido y fue reconsiderado críticamente. En esta situación pensé y escribí mi disertación sobre «Pueblo y Casa de Dios en la Doctrina de la Iglesia de Agustín».

El gran Congreso Agustiniano celebrado en París en 1954 me dio la oportunidad de profundizar en la posición de Agustín en la agitación política de la época. La cuestión del significado de la Civitas Dei parecía estar finalmente resuelta en ese momento. La disertación de H. Scholz sobre «Glaube und Unglaube in der Weltgeschichte» (Creencia e incredulidad en la historia del mundo), cultivada en la escuela de Harnack y publicada en 1911, había mostrado que las dos Civitates no significaban ningún cuerpo corporativo, sino la representación de las dos fuerzas básicas de la creencia y la incredulidad en la historia. El hecho de que este estudio, redactado bajo la dirección de Harnack, hubiera sido aceptado summa cum laude le aseguraba de por sí una aprobación plena. Además, encajaba en la opinión pública general, que asignaba a la Iglesia y a su fe un lugar hermoso, pero también inofensivo. Quien se hubiera atrevido a destruir este hermoso consenso sólo podía ser considerado un obstinado.

El drama del año 410 (la toma y el saqueo de Roma por los visigodos) sacudió profundamente el mundo de la época, y también el pensamiento de Agustín. Por supuesto, la Civitas Dei no es simplemente idéntica a la institución de la Iglesia. En este sentido, el Agustín medieval incurrió en un error fatal, que hoy, afortunadamente, ha sido finalmente superado. Pero la espiritualización completa del concepto de Iglesia, por su parte, echa de menos el realismo de la fe y de sus instituciones en el mundo. Así, en el Vaticano II la cuestión de la Iglesia en el mundo se convirtió finalmente en el verdadero problema central.

Con estas consideraciones sólo he querido indicar la dirección a la que me han conducido mis trabajos. Espero sinceramente que el Simposio Internacional de la Universidad Franciscana de Steubenville sea útil en la lucha por una correcta comprensión de la Iglesia y del mundo en nuestro tiempo.

Vuestro en Cristo,

Benedicto XVI

La traducción al español es gracias la agencia católica Zenit.