En todas las épocas  ha habido “profetas de desgracias” dedicados a anunciar toda clase de males para el futuro. También hoy aparecen aquí o allá personas poco equilibradas que profetizan catástrofes y desgracias, incluso, hasta el fin del mundo como leíamos recientemente en algún medio. Tal vez, los que así piensan es porque ellos mismos viven su vida como un fracaso y proyectan sobre el mundo sus propios deseos de destrucción. Estos falsos profetas pueden arruinar el alma frágil de algunos, pero no son los más peligrosos. Mayor daño hacen quienes constantemente destilan su pesimismo, envenenando la vida cotidiana con su visión sombría y sus propósitos pesimistas.

No es pecar de dramatismo constatar que crece entre nosotros el miedo social y la inseguridad. Cuando nos referimos al tema de la inseguridad, no lo estamos haciendo en referencia a la violencia, que mucha padecemos estos días en nuestro país, nos referimos al hablar de inseguridad, a la falta de perspectiva y esperanza de futuro. Es cierto que la vida está cada vez más difícil o, la menos , así lo percibe mucha gente, que se siente amenazada de muchas maneras y no ve claro el futuro. Nada más hay que pensar estos días el temor a contagiarse del covid-19.

Este miedo social es algo difuso, pero real. Es la impresión casi imperceptible  de que las instituciones sociales, políticas y económicas existentes no son capaces de resolver los problemas actuales. Los políticos nos engañan diciendo que todo va a cambiar y vemos, con dolor, que las cosas van a peor. Un desempleo rampante, destrucción de los Organismos autónomos, desinformación y noticias falsas por doquier…

Este miedo no se manifiesta siempre de la misma manera ni tiene los mismos efectos en todos. Hay quienes sienten necesidad de consumir más, para sentirse más seguros, y de lanzarse a una vida de divertimiento que les permita olvidar los problemas de cada día. Otros se refugian en el alcohol o la droga y con frecuencia en la pornografía que con tanta celeridad corre por las redes sociales.

Hay quienes caen en la pasividad, la resignación y el desencanto, pues se sienten dominados por una sensación de impotencia al tener muy pocas posibilidades de protagonismo en una sociedad tan compleja y tan sometida al interés de los privilegiados. Se preguntan, ¿y… para qué? Están derrotados antes de comenzar el combate.

No faltan quienes, acobardados ante el riesgo que supone una mayor libertad social, desean volver a situaciones más dictatoriales y anhelan un Estado fuerte, defensor de un orden rígido y seguro, con el riesgo de construir una sociedad menos libre y más inhumana. Lo hemos escuchado en más de una ocasión y estos que así piensan, prefieren ceder al poder “reinante” su libertad en aras de un orden artificial. Parece que lo estamos viviendo estos días con las políticas del gobierno de la 4T.

La superación del miedo no es solo ni principalmente cuestión de buena voluntad. El ser humano necesita encontrar una esperanza definitiva y una fuerza que dé sentido a su lucha diaria. Necesita descubrir una razón para vivir, una confianza para morir. Es duro decir estos pensamientos. Sin embargo, es la realidad cotidiana que vemos y vivimos cada día. Escuchamos con frecuencia  en nuestros oídos una pregunta que hace rechinar nuestros sentidos: ¿Tiene sentido esta vida que me toca vivir?

La fe, quizá, antes que nada, fuerza contra todo miedo y coraje para seguir creyendo en el futuro del ser humano desde un compromiso humilde y desde una confianza ilimitada en el Padre de todos. En el Evangelio hay una palabra que Jesús de Nazaret repite constantemente: “No tengan miedo”. Pero la fe en Dios no lleva a la pasividad. Se traduce, por el contrario, en coraje para tomar decisiones y asumir responsabilidades. Conduce a afrontar riesgos y acepar sacrificios para ser fiel a uno mismo y a la propia dignidad. Lo propio de un verdadero creyente no es la cobardía y la resignación, sino la audacia y la creatividad.

Si tenemos fe y confianza en Dios, aún aquellos que no creen, siempre confían en algo, como consecuencia, aflorará en  nosotros la paciencia, ese arte de resistir a la agresividad del mal sin perder la propia dignidad ni destruirse. La palabra “paciencia”, en el primitivo lenguaje griego de las primeras comunidades cristianas, se dice con un término que significa literalmente “permanecer en pie”, soportando el mal de cada día. Esta es la actitud secreta de quien pone su confianza última en Dios.

Estamos viviendo una situación de cambios tan rápidos y tan profundos, que van mucho más allá de la sola economía. Muere una cultura. Está alumbrando otra. Ahora, más que nunca en la historia de las civilizaciones y en concreto en nuestro México, necesitamos hombres  y mujeres creativos, libres y audaces. Sobre todo, personalidades sin miedo. ¿No podemos, cada cual, acercarnos a eso o, por lo menos, prepararlo?