En un hecho inédito, un sacerdote fue ordenado en un acto que se llevó a cabo al interior de un penal. Se trata de Gabriel Everardo Zul Mejía, quien fue consagrado por Rogelio Cabrera López, Arzobispo de Monterrey, en el penal de Apodaca.

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De adolescente Zul Mejía fue pandillero de la Granja Sanitaria, un peligroso grupo delictivo en Nuevo León. Incluso estuvo preso en el penal de Topo Chico, acusado de lesiones.

En declaraciones a la prensa, el hoy sacerdote reveló que fue durante su encarcelamiento cuando tuvo su primer encuentro con Dios. “Esos días me sirvieron para encontrarme conmigo, valorar cosas que me brindaron mis padres. Pero si no hubiera estado en ese momento, no hubiera encontrado la vocación en la cual Dios me ha consagrado en este día”, dijo.

Se informó que á petición de Zul Mejía, la Arquidiócesis de Monterrey solicitó a las autoridades penitenciarias el permiso para efectuar la ceremonia en auditorio del penal de Apodaca.

Durante la ceremonia religiosa, el Arzobispo Cabrera López exhortó al nuevo sacerdote a mirar siempre muy lejos con esperanza, tener un amor incondicional y celebrar con gozo la eucaristía.

Además, le concedió licencia de un año para que lleve a cabo su misión sacerdotal en la pastoral penitenciaria, aunque no se precisó en cual capilla de los tres penales de Nuevo León.

“No te conozco, pero sé que no me vas a dejar aquí”.

En un testimonio que fue difundido este viernes, Gabirel revela que cuando estuvo en Topo Chico pasó los seis días en el área de “observación”, donde tuvo un diálogo con Dios. “No te conozco, pero sé que no me vas a dejar aquí”, recuerda que le dijo.

Cuenta también que su deseo de ser sacerdote “brota de la amistad que tuve con mi párroco, el presbítero Guadalupe Rodríguez”, quien murió de cáncer. A raíz de este hecho decidió apoyar a una asociación de niños que padece esa enfermedad, quienes también le han inyectado “mucha alegría.

Dice tener 35 años y ser fanático del fútbol, así como amante de la música vallenata. “Viví gran parte del tiempo en casa de mis padres, hasta el momento en que decidí responderle a Dios”, señala.

Aquí el testimonio completo:

Mi nombre es Gabirel Everardo Zul Mejía. Soy originario de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, y actualmente tengo 35 años de edad. Antes de entrar al Seminario, viví gran parte del tiempo en casa de mis padres, hasta el momento en que decidí responderle a Dios en el llamado a la vida sacerdotal.

Mis pasatiempos favoritos son la práctica del futbol soccer (futbolista por naturaleza), y amante de la música vallenata.

En este llamado me he sentido realmente muy feliz, he aprendido mucho dentro del seminario, y en cada una de las comunidades en las que se me ha enviado a compartir la fe y la amistad.

Es importante para mí compartirles que Dios me ha bendecido con grandes amistades que han sido un apoyo en la respuesta vocacional: en primer lugar, hago mención de mis hermanos de la generación; en segundo momento, los amigos que he conocido en cada una de las comunidades parroquiales en las que fui enviado por parte del Seminario a realizar apostolado los fines de semana: Santa María Goretti, Jesús Misericordioso, San Juan Pablo II en García N.L., Nuestra Señora de Guadalupe en Salinas N. L., y en Nuestra Señora de la Soledad en Escobedo, donde he servido durante este último año.

Antes de mi conversión (encuentro con Cristo Jesús), vivía sumergido en varias ocasiones en los conflictos propios del pandillerismo. Lamentablemente, en ese tiempo desvaloraba el amor de mis padres y de mis hermanos. La desobediencia a mis padres y los constantes pleitos que llegué a tener en la colonia me llevaron a estar en prisión en el penal de Topo Chico. Recuerdo que el lugar en donde estuve le llamaban “observación”, y fue allí en donde tuve mi diálogo con Dios. Le decía una noche que miraba hacia el cielo: “No te conozco, pero sé que no me vas a dejar aquí”. Y otra cosa que le dije fue: “¡Estoy tan cerca, y tan lejos de mi casa!”. Siempre he dicho que Dios escuchó lo que le expresé, pero también escuchó las oraciones de mi madre y de la Iglesia que ora en todo momento por los jóvenes que se encuentran perdidos en la vida.

El tiempo que estuve en el penal me sirvió para encontrarme conmigo mismo, de valorar lo que Dios me permitía tener en casa de mis padres (recuerdo la parábola del hijo pródigo), y de reconocer que en una celda encontré la libertad.

Al estar internado en el penal del Topo Chico, recuerdo que tuve algunas experiencias que marcaron mi estancia: Los hermanos internos que conocí en aquel tiempo me cuidaron, me brindaron unas monedas para comprar unos desechables, y me dieron algunos consejos, como el de no reunirme con personas que me podrían afectar más dentro del penal.

Ellos fueron los que en un primer momento me enseñaron lo que ahora conozco como obras de misericordia, y en ellos descubrí el amor de Dios ya que, sin conocerme, me brindaron un gran apoyo en los días en que estuve en prisión.

Dentro del seminario se me ha encomendado apostolados específicos, donde se atienden realidades más concretas de la Iglesia, puedo decir como ejemplos la pastoral vocacional, la pastoral de la salud y la pastoral penitenciaria. En esta última, he tenido la oportunidad de servir en dos ocasiones. En la primera oportunidad apoyé la mayor parte de los sábados durante casi un año completo. En ese momento yo cursaba primer año de teología y tenía 31 años. La segunda ocasión fue cuando salí de experiencia pastoral y estuve viviendo en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, y contaba con 33 años de edad.

En los dos años que me toco acompañar en la pastoral penitenciaria, pudimos realizar actividades muy variadas:

  1. Temas a padres de familia y a los hijos internos
  2. Celebración de la Palabra
  3. Hora Santa
  4. Rezo del Rosario
  5. Temas para los niños que van a visitar a sus familiares
  6. Deporte con los niños
  7. Partidos de futbol con los internos (una o dos veces al año)
  8. Diálogo con las familias
  9. Festejos del día del niño y del día de las madres

Ahora que me toca apoyar en otra comunidad parroquial, mi compromiso ha sido seguir visitando a los amigos internos, aunque ahora ha sido de manera esporádica, pero lo he podido hacer, en compañía de algunos amigos y personas de los grupos de la parroquia. Juntos hemos realizado convivencias en año nuevo en el penal, y han sido experiencias muy enriquecedoras desde la fe y la amistad. Al igual, los festejos del día de las madres allí mismo han sido de mucha riqueza en el fortalecimiento de la amistad.

Mi deseo de ser sacerdote brota de la amistad que tuve con mi párroco, el Pbro. Guadalupe Rodríguez (que en paz descanse). Él siempre me procuraba en la amistad, de hecho él fue quien después de muchos años me confesó y perdonó mis pecados en nombre de Dios. El padre gustaba de jugar futbol con los jóvenes de la parroquia y con las pandillas (al grado de pagarle a la raza las cocas). También gustaba de la música vallenata y dije: “¡Qué extraño! ¡El padre tiene los mismos gustos que yo!”. Y, de esta manera, fui conociendo a ese buen hombre de Dios.

El padre Guadalupe Rodríguez murió de cáncer a la edad de 36 años de edad, y bien recuerdo que en una ocasión pidió a sus familiares que le permitieran bajar de su cuarto para despedirse de los jóvenes y darles la bendición, y al llevarlo de nueva cuenta a su cuarto me dije a mi mismo: “¡Yo quiero ser como él, yo quiero ser sacerdote!”.

Quiero decirles que Dios me ha dado la oportunidad de ayudar en mi tiempo libre a una asociación que apoya a niños que padecen la enfermedad del cáncer u otras enfermedades. Ellos también le han inyectado mucha alegría y un enorme deseo de seguir respondiéndole a Dios en el llamado vocacional.

Agradezco mucho a la Sra. Olga Zamarripa, a mi amigo Adolfo Alanís, y a cada uno de los voluntarios que hemos sabido formar una familia dentro de la asociación. Cierto es que hemos tenido dificultades, alegrías y tristezas, pero hemos sabido estar cerca de las familias que Dios nos ha presentado para ayudarles en lo que está a nuestro alcance, ya sea buscando donativos para solventar gastos de medicamentos, y algunas cosas más que se necesitan en el tratamiento de la enfermedad.

Ahora, deseo regresar con mis amigos del penal de Apodaca, y compartirles la alegría del orden sacerdotal. Deseo mucho que ellos sean los testigos de la misericordia que Dios va a tener en un servidor al concederme ser sacerdote para toda la eternidad.