El próximo domingo primero de julio habrá en nuestro país una elección histórica. Casi 90 millones de mexicanos decidirán quién será el próximo presidente de la República para el período 2018-2024; se elegirán 500 diputados y 128 senadores, nueve gobiernos locales (incluyendo la de la Ciudad de México), mil 612 alcaldías y casi mil cargos de legislador en congresos locales. Habrán de instalarse 156 mil casillas, y están convocados nueve partidos políticos, además de candidatos independientes.

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En su homilía dominical realizada en la Basílica de Guadalupe, el pasado domingo 10 de junio, Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México, invitó a los fieles católicos a vencer el abstencionismo porque, dijo, es “el flagelo de nuestra democracia”.

El prelado invito a los ciudadanos a que “lean, para que motiven a otros, el editorial que presenta hoy nuestro periódico de la Arquidiócesis, Desde la fe, para que venzamos ese flagelo de nuestra democracia…”.

“La Iglesia Católica en México -dice el editorial- preocupada por esta lamentable realidad, en ningún momento ha dejado de motivar a sus fieles a participar cívicamente en este proceso electoral, formando o fortaleciendo su consciencia en el sentido de que “entre más ciudadanos participen organizadamente en las elecciones, más posibilidades habrá de que nuestra sociedad madure y sea corresponsable en la gestión del bien común”.

En efecto, las cifras de la abstención son altas, rondan 40 por ciento, aunque la participación electoral en las elecciones presidenciales casi siempre vota alrededor de 65 por ciento de la lista nominal, y en casos excepcionales, como el de 1994 probablemente por el voto del miedo que generó el asesinato de Luis Donaldo Colosio y el surgimiento del EZLN, se consiguió una participación superior a 70 por ciento.

¿Qué es el abstencionismo?

La no participación de los ciudadanos en los diferentes eventos de la vida política de un país; el fenómeno tiene varias lecturas, algunos especialistas los conciben como un desinterés de la población por votar, otros en una especie de rechazo social, a una manifestación de descontento, otros a la desconfianza del respeto del voto, entre otras tantas consideraciones más.

Para Norberto Bobbio, Nicola Matteeucci y Gianfranco Pasquino (Diccionario de Política de Ed, Siglo XXI), el abstencionismo se mide como el porcentaje de quienes tienen todo el derecho a votar y no van a las urnas. Distinto es el caso de quienes al votar dejan la papeleta en blanco o la anulan de diversos modos con toda intención. Aunque tanto quienes no comparecen ante las urnas como quienes no expresan su voto válido intentan manifestar disgusto, o desconfianza, ambos fenómenos deben analizarse como distintos.

Las altas tasas de abstencionismo constituyen una deslegitimación, real o potencial, de los gobernantes, de la clase política o incluso de las propias estructuras democráticas.

Países democráticos con altos niveles de participación son Australia, Holanda, Austria, Italia, Malta y Bélgica que llegan a tener tasas inferiores de abstencionismo de 10 por ciento.

Podríamos argumentar que ello se debe a que en algunos de esos países el votos es obligatorio. Pero también se debe a una combinación de factores culturales e institucionales. Parte del impulso al voto proviene de un sentido de deber cívico, y en la real expectativa de cambio.

G. Bingham Powell elabora una lista con cuatro actitudes que tienen un efecto fuerte y positivo en la participación electoral, actitudes que cuesta décadas desarrollar. A saber: i) confianza en el gobierno, en el accionar; ii) grado de identificación con los partidos en la población; iii) interés en la política y iv) creencia en la eficacia de votar.

Entre mayor abstencionismo menor se legitiman todos, en primer lugar las autoridades electorales, los órganos jurisdiccionales, los partidos políticos, las y los candidatos y, por supuesto, las autoridades que eventualmente sean electas.

No acudir a las urnas es una pérdida del poder ciudadano. Si sólo acude a votar una minoría, ella decidirán por todos y generará un gobierno legal aunque ilegítimo.

En nuestro país no existe ninguna ley que permita que se anulen los comicios si determinada cantidad de ciudadanos no vota: un solo voto valida la elección. Punto.

El “abstencionismo cívico o activo” no cuenta, de nada sirve marcar la boleta en blanco, anulada, o marcada con alguna expresión.

El voto en blanco funciona y es un mecanismo con peso cuando el sufragio es obligatorio, como en otros países. Y aunque en México la ley establece que el sufragio es un derecho y una obligación, como sabemos no existe sanción, como sí la hay en otros países democráticos.

Dice el artículo 4 del Cofipe: “1. Votar en las elecciones constituye un derecho y una obligación que se ejerce para integrar órganos del Estado de elección popular…

Por eso tiene toda la razón y es bienvenida la propuesta que hace el cardenal Aguiar al afirmar que el abstencionismo vulnera la democracia y es el enemigo a vencer.

Nos dice que la Iglesia Católica en México, “preocupada por esa lamentable realidad, en ningún momento ha dejado de motivar a sus fieles a participar cívicamente en el proceso electoral formando o fortaleciendo su conciencia en el sentido de que ‘entre más ciudadanos participen organizadamente en las elecciones, más posibilidades habrá de que nuestra sociedad madure y sea corresponsable en la gestión del bien común”.

Su mensaje tiene más peso

No dijo, ni debe hacerlo, por quién votar, ya que la ley se lo prohíbe. Simplemente exhortó a saber discernir lo que conviene y no, y ver quiénes de las y los candidatos presentan las mejores propuestas.

La decisión es soberana…

Los feligreses presentes en el servicio religioso reconocieron con aplausos el discurso del cardenal y al final del servicio religioso se realizó la oración para el próximo proceso electoral.

Ah!, por cierto, la mayoría de los que decidirán la elección el 1 de julio son jóvenes. Según datos del INE hay 32 millones 691 mil 698 jóvenes inscritos en el padrón electoral, los cuales representan más de 30 por ciento de los registrados en la lista nominal, fuerza suficiente para definir una elección.

Ojalá que así sea…